- Para que salga rápido de la escuela, también cuando crezca me va a servir, yo cuando crezca quiero ser abogada, pero si no sé leer va a ser imposible.
- Porque si no, no sabemos escribir ni aprender.
- Porque si hay una señal que dice “Derrumbe” y entrás a esa casa.
- Para ejercitar la vista
- Es importante porque en 4º grado y en 5º te preguntan para leer.
- Para funcionar la vista y aprender a escribir.
- Para aprender a no tener faltas de ortografía.
- Porque es muy importante para aprender
- Es importante porque aprendés muchas cosas nuevas que tendrías, que no estás preparada para aprender.
- Porque no sabrías escribir y tomarías el ómnibus mal, etc.
- Si tenemos que leer un cuento, y sabemos de qué se trata.
- Porque aprendés a escribir sin faltas y a hablar bien.
- Porque nos sirve y si hay una cosa importante para leer, por eso es importante.
- Para sacar información.
- Porque te ayuda a aprender leyendo libros y revistas.
- Es importante para aprender y estudiar.
- Porque si no, no supiéramos escribir, como estamos escribiendo ahora.
- Porque nos ayuda a informarnos, y si no supiéramos leer no sabríamos leer las instrucciones del tránsito y habría muchos accidentes.
- A mí me sirve leer para aprender cada día más, para saber estudiar, para guiarme cuando sola.
- Para saber estudiar y para aprender.
- Porque si no, no podríamos comprar los comestibles como fideos, franfrutes, polenta, y no podríamos saber los nombres de cada uno.
Estas respuestas me evocaron una vez más mi niñez:
Tendría yo unos ocho años y mi madre, ávida lectora desde sus primeros años de escuela, estaba alarmadísima frente a la apatía que mostraba la segunda de sus hijas frente cualquier hoja que no tuviera impresa otra cosa que no fueran coloridas imágenes. Con intenciones de revertir esta situación, mamá me compraba libros de todos los formatos, tamaños y presentaciones, libros con letras grandes o pequeñas, con textos largos y textos cortos y con los más variados argumentos adecuados (a su criterio) para una niña de mi edad. Pero todos, absolutamente todos los libros adquiridos, corrían la misma suerte: Yo los miraba, hacía un esfuerzo por satisfacer el deseo materno de formar una hija “educada”, leía una o dos hojas, y luego se apoderaba de ellos mi hermana mayor, quien hacía ya largo rato había descubierto que los libros eran mucho más que simples letras impresas.
Yo sentía, a mis ocho años, algo similar a lo que sentían los niños que me dieron aquellas respuestas. Debía leer para satisfacer el deseo adulto de formar un ser culto, aplicado, instruido, etc. Lo que yo aún no había descubierto era el placer por leer; y lo que mi madre no sabía por aquel entonces, es que no era ella quien debía elegir qué libros debían gustarle a una niña de ocho años, sino que era yo quien debía descubrir el saborcito de los manjares que existían, con los ingredientes y condimentos que más me apetecían.
Y los descubrí. No recuerdo exactamente qué edad tenía, pero los descubrí: autores como Mark Twain, Edmundo de Amicis, Julio Verne pasaron a integrar mi lista de favoritos....
Ahora que descubrí también la fascinante tarea de escribir para niños, creo que lo hago pensando en la niña que fui, en las historias que buscaba a mis ocho o nueve años, y que no encontraba. Junto a mí, mujer adulta, están la niña que fui y la niña que hoy llevo dentro. Aclaro que mis dos niñas son algo diferentes entre sí, pero entre las tres pensamos aquellos argumentos que buscaba y no encontraba en mi infancia: aventura, misterio, suspenso, emoción, humor, todo mezclado con cierta dosis de ternura.
La niña que fui viaja al presente y se alegra, la niña que soy colabora con mi yo adulto y las tres nos divertimos construyendo aventuras, historias y personajes. Y así nacieron Martín, Pachi, Micaela, Juanjo, Lupe, Maite, Julieta y todas las aventuras que vivieron y continuarán viviendo. Muchos niños que conozco, alumnos, sobrinos reales y sobrinos postizos colaboran con estas historias. Muchas veces son ellos, quienes con otros nombres hablan, hacen comentarios graciosos o cometen más de una picardía. Yo no escribo sola; ellos están siempre conmigo.
- Es importante porque en 4º grado y en 5º te preguntan para leer.
- Para funcionar la vista y aprender a escribir.
- Para aprender a no tener faltas de ortografía.
- Porque es muy importante para aprender
- Es importante porque aprendés muchas cosas nuevas que tendrías, que no estás preparada para aprender.
- Porque no sabrías escribir y tomarías el ómnibus mal, etc.
- Si tenemos que leer un cuento, y sabemos de qué se trata.
- Porque aprendés a escribir sin faltas y a hablar bien.
- Porque nos sirve y si hay una cosa importante para leer, por eso es importante.
- Para sacar información.
- Porque te ayuda a aprender leyendo libros y revistas.
- Es importante para aprender y estudiar.
- Porque si no, no supiéramos escribir, como estamos escribiendo ahora.
- Porque nos ayuda a informarnos, y si no supiéramos leer no sabríamos leer las instrucciones del tránsito y habría muchos accidentes.
- A mí me sirve leer para aprender cada día más, para saber estudiar, para guiarme cuando sola.
- Para saber estudiar y para aprender.
- Porque si no, no podríamos comprar los comestibles como fideos, franfrutes, polenta, y no podríamos saber los nombres de cada uno.
Estas respuestas me evocaron una vez más mi niñez:
Tendría yo unos ocho años y mi madre, ávida lectora desde sus primeros años de escuela, estaba alarmadísima frente a la apatía que mostraba la segunda de sus hijas frente cualquier hoja que no tuviera impresa otra cosa que no fueran coloridas imágenes. Con intenciones de revertir esta situación, mamá me compraba libros de todos los formatos, tamaños y presentaciones, libros con letras grandes o pequeñas, con textos largos y textos cortos y con los más variados argumentos adecuados (a su criterio) para una niña de mi edad. Pero todos, absolutamente todos los libros adquiridos, corrían la misma suerte: Yo los miraba, hacía un esfuerzo por satisfacer el deseo materno de formar una hija “educada”, leía una o dos hojas, y luego se apoderaba de ellos mi hermana mayor, quien hacía ya largo rato había descubierto que los libros eran mucho más que simples letras impresas.
Yo sentía, a mis ocho años, algo similar a lo que sentían los niños que me dieron aquellas respuestas. Debía leer para satisfacer el deseo adulto de formar un ser culto, aplicado, instruido, etc. Lo que yo aún no había descubierto era el placer por leer; y lo que mi madre no sabía por aquel entonces, es que no era ella quien debía elegir qué libros debían gustarle a una niña de ocho años, sino que era yo quien debía descubrir el saborcito de los manjares que existían, con los ingredientes y condimentos que más me apetecían.
Y los descubrí. No recuerdo exactamente qué edad tenía, pero los descubrí: autores como Mark Twain, Edmundo de Amicis, Julio Verne pasaron a integrar mi lista de favoritos....
Ahora que descubrí también la fascinante tarea de escribir para niños, creo que lo hago pensando en la niña que fui, en las historias que buscaba a mis ocho o nueve años, y que no encontraba. Junto a mí, mujer adulta, están la niña que fui y la niña que hoy llevo dentro. Aclaro que mis dos niñas son algo diferentes entre sí, pero entre las tres pensamos aquellos argumentos que buscaba y no encontraba en mi infancia: aventura, misterio, suspenso, emoción, humor, todo mezclado con cierta dosis de ternura.
La niña que fui viaja al presente y se alegra, la niña que soy colabora con mi yo adulto y las tres nos divertimos construyendo aventuras, historias y personajes. Y así nacieron Martín, Pachi, Micaela, Juanjo, Lupe, Maite, Julieta y todas las aventuras que vivieron y continuarán viviendo. Muchos niños que conozco, alumnos, sobrinos reales y sobrinos postizos colaboran con estas historias. Muchas veces son ellos, quienes con otros nombres hablan, hacen comentarios graciosos o cometen más de una picardía. Yo no escribo sola; ellos están siempre conmigo.
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