sábado, 21 de abril de 2012

Carta de un jaguar

Siempre me encantó compartir con los niños los cuentos de Horacio Quiroga. Pero durante un tiempo quedé pensativa y ocupada por el triste rol que jugaba el jaguar (tigre americano) en su narrativa. Cierta vez, leyendo con los niños La caza del tigre del libro Cartas desde la selva se me ocurrió transformarme en la voz del jaguar:




Ilustración: Gabriela Armand Ugon
Queridos niños:

“Yo vivía en el monte muy contento
caminaba y caminaba sin cesar,
las mañanas y las tardes eran mías
y a la noche me tiraba a descansar.
Pero un día vino el hombre con sus jaulas...”*

No se confundan, queridos niños, no soy un oso, pero yo también quiero reivindicar a mi raza.

En primer lugar me presentaré: me llaman tigre americano, jaguar o yaguareté (ustedes me conocen por los cuentos de Horacio Quiroga). Con el nombre de yaguareté nos “bautizaron” los indios guaraníes, y significa “cuerpo de perro” (yaguar = perro y reté = cuerpo) pero me ofende que me confundan con los caninos; en todo caso preferiría que nos llamaran “cuerpo de gato”, pues somos felinos.

Pero más allá del nombre (queda claro que me gusta que me llamen jaguar) habrán visto que esta página también está manchada de sangre.

Y quiero dejar bien en claro que no es sangre de un animal que cacé para alimentarme.

Es mi propia sangre. Pero no se preocupen, sobreviviré. Me habían hablado de rifles, balas y cazadores, y lamentablemente me llegó el momento de conocerlos más allá de los cuentos; me llegó el momento de conocerlos en vivo y en directo.
Pero ya les dije, no se preocupen que sobreviviré.

Bueno, queridos niños, me gustaría que entendieran el significado de la palabra “sobrevivir”. Desearía que entendieran que en este momento me estoy refiriendo al hecho de salvarme de la muerte, pero eso no es lo más importante. Lo más importante es que sobreviva mi especie.

Y desgraciadamente en vuestro país hace más de un siglo que hemos desaparecido. Nuestra especie desapareció. Nuestra especie se extinguió. ¡SE EXTINGUIÓ!
Para muchos humanos fuimos considerados enemigos. No les miento. No es mi intención engañarlos. Nos alimentamos de carpinchos, yacarés y grandes animales (lamento atemorizarlos pero la especie humana también es alimento para nosotros). Ya ven... No los engaño. Pero tampoco los engañaré en lo que les contaré a continuación.

Siento que para poder saciar nuestra hambre, otras especies tengan que morir. Quizás ustedes también lamenten que mueran vacas, pollos, peces... Es la ley de la vida.

“Cadena alimenticia” creo que le llaman los hombres. Pero yo les aseguro que jamás maté a nadie por diversión. Jamás maté a alguien para disfrutar de mi superioridad, y jamás maté a alguien para disfrutar del sufrimiento ajeno.
Bueno, dije que les contaría algo a continuación. Escuchen... es cierto aunque les cueste creerlo. Algunos humanos han muerto por nuestra causa, pero son muchos más los humanos que han tomado a nuestra especie como diversión.
Sí, niños, créanlo. Hace muchos años existían en vuestro país los “tigreros”. En vuestro país y especialmente en Argentina y Paraguay.

¿Saben de qué se trataba? Los hombres (gauchos les llamaban por aquel entonces) enrollaban su poncho en la mano izquierda y sostenían un facón en la derecha. Y así peleaban con mis ancestros, sólo por el hecho de divertirse. Sí, sólo por el hecho de sentirse superiores, sólo por el hecho de ganarse la admiración de sus congéneres y de disfrutar sus triunfos ante la agonía de mis antepasados.
¿No lo creen? Piensen un poco... Algo parecido ocurre en un lejano país llamado España. Pero allí las víctimas no somos nosotros, sino animales aún mayores en tamaño: los toros.

Bueno, ya les dije que yo no soy uruguayo; ni siquiera conozco el Uruguay. No les hablé del lugar dónde vivo. La gente lo llama el Matto Grosso, pero tengo parientes en toda América Latina.

¿Quieren saber por qué desaparecimos en vuestro país?

Les cuento lo que sé: hace muchísimos años, antes de que el hombre blanco llegara a las tierras donde ustedes hoy viven, vuestra región estaba poblada de ciervos, pecaríes, carpinchos. Pero un día llegó el ganado, proveniente de otras regiones. Ese ganado se multiplicó, y debieron alimentarse de las pasturas que servían de alimento a los venados, pecaríes etc. Entonces éstos ya no conseguían su sustento diario. Además el hombre los fue diezmando y al morir ellos, también nosotros perdimos nuestra comida.

Pero esto no fue lo peor, muchos de mis antepasados debieron emigrar, buscando otros lugares para vivir, donde abundaran animales de los cuales pudieran alimentarse. A esto las personas lo llaman “desplazar el habitat”. Pero algunos valientes quedaron. Sin embargo la valentía de poco les sirvió, porque experimentaron la terrible sensación que acabo de experimentar yo. Pero la diferencia fue grande, porque yo, como ya les dije, seguiré viviendo (al menos por algunos años más). Ellos no corrieron la misma suerte. Y mis últimos parientes uruguayos murieron en el departamento de Flores (¿lo conocen?), allá por 1890.
¿Me estiman un poco más ahora que conocen la verdad? Quisiera que lo entendieran. No los considero mis enemigos; la ley de la vida no creó al jaguar como enemigo del hombre, así como no creó al hombre como enemigo del ganado. Pero de algo estoy seguro: algunos hombres sí son enemigos del jaguar. Desearía que lo pudieran entender, así como también me gustaría que comprendieran por qué razón comencé mi carta como la comencé.
No me despediré diciéndoles “los quiero”, simplemente me despediré diciéndoles:
“Amen la naturaleza”.

*Estrofa del tema El oso, de Mauricio (Moris) Birabent.

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